A mi llegada festejamos mi regreso,
Las gaviotas gritaban de alegría;
El mar esplendoroso, con su susurro recitó una bienvenida;
El sol no dejó de mirarme y con su inmenso rostro redondo me sonrió toda la tarde;
El fuerte aire marino sopló y casi me botó de un repentino abrazo.
Acogida me siento,
Acogida como en la casa de mis padres, cuando en la juventud regresaba de algún corto o largo viaje.... o de alguna andanza.
Después nos sentamos todos a conversar............la roca, como el más suave del sofá de las plumas más finas, me acogió en sus brazos;
Ahí estaban los florecidos cactus de primavera;
Las pequeñas, pero llamativas piedrecillas de cuarzo, que con su blanco cristalino, alumbradas por el sol, producen destellos en su entorno.
También estaban las inmensas y majestuosas rocas;
Esculpidas por las caricias del mar, pasivo y enfurecido, paradero de miles de alcatraz, gaviotas y aun llegan algunos lobos de mar, por lo cuál es nombrada su punta.
Nos hablamos la vida. ,
.............del ayer, del anteayer y del hoy;
Me parece haber opinado del mañana también.
El silencio más puro y profundo del susurro de la naturaleza era nuestra melodía de fondo.
Todo mi entorno eran mis pares, mis partners, mis amigos..................menos terrenales que yo, claro, un poco más celestiales.
Palabras iban y venían......
........hasta que Don Sol, comenzó a sentir el peso del día y se fue apagando en el mar;
Esto hizo dejar de dar destellos de luminosidad al cuarzo,
Se enfrió la roca que me había servido de sofá,
Las gaviotas se comenzaron a retirar, sentí una a una despedirse de mí, hasta callar.
Entonces en el profundo susurro de la naturaleza sólo se escuchaba el mar;
Y en esa acompañada soledad tuvimos una larga conversación, donde descubrí mi gran amor silencioso y platónico hacía él:
Inmenso como el dolor,
Profundo como el más limpio de los sentires;
Sus matices de eterna belleza pasa por los rojos, anaranjados, lilas, verdes, celestes hasta el más puro de los azules.
Siente como el más ardiente de los amantes cuando acaricia sus rocas, las esculpe y después las pule hasta transformarlas en brillantes.
Besa con la suavidad de la brisa de la mañana y con el ardor de sus gotas saladas en temporal.
Marcela Rivera Arce